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Nuestra entrada en Valdepeñas fue en este orden:

1º Antonio Caminero, de batidor, en un caballo de cuello aguileño, con montera atravesada, colodrillo reverendo, casaquilla hueca…

2º Los dos insignes tontos, Francisco de Santa Cruz y Casimiro del Viso, capitaneando una innumerable multitud de muchachos y muchachas pelonas.

3º El coche en que iba Su Excelencia, el Señorito, ayo y caballerizo, con su gentil tiro de mulas.

4º El coche de cámara con familia.

5º La calesa de Carnicero y Rojo.

6º Las berlinas de las diputaciones de la villa, cabildo y convento.

7º La de los caballeros hidalgos.

Y toda la carrera estaba acompañada de patrullas, de muchachos, hombres y mujeres, que salían corriendo de sus casas, muchas de entre sus quehaceres, con los instrumentos de sus oficios, las boquitas risueñas, los ojos relumbrantes y las manos tiesas al cielo: “¡Viva Su Excelencia y el Señorito que ya está tan alto como su padre!”.

Comienzo un periplo de viajes, este es el primero de ellos, saliendo de Madrid, el día 9 de Septiembre, a las tres y media de la tarde, en dos coches de colleras, hacia las posesiones del Marqués de Santa Cruz, en El Viso, Santa Cruz de Mudela y Valdepeñas, como ayo y preceptor de su hijo. El nueve de Octubre daba Su Excelencia, por finalizado el viaje, con la asistencia a la Fiesta de San Francisco, en las monjas, con misa.

A pesar de la tibia acogida que en Canarias, han tenido los dos primeros tomos de la Historia de las islas que estoy escribiendo, seguiré con el trabajo y me valdré del Marqués para acompañarles también en sus próximos viajes a Italia, Alemania y Francia. En este último país tendré la oportunidad, seguramente, de acceder al original de Le Canarien y buscar en los orígenes de Jean de Bethencourt. Siempre me ha extrañado que renunciando a todas las islas, quisiera conservar Fuerteventura. Y posiblemente, en esa isla, acabe mi afán y mi vida.

Antonio Olmedo Manzanares.

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