¡Jo morenita…Jo! (la morena)

– Te tengo frente a mí. Me ofreces, ampliamente, tu boca, mientras la mía también se abre. Nuestros cuerpos se atraen, ciegos, se enredan, se entrelazan, durante horas, rodeados de vencida espuma y cuando, ya fecundada, te separas, soy al fin consciente y percibo mi entorno de silencio.

Comienza así la procreación de la morena. ¿Una serpiente o un pez?. Quizás sea una de las criaturas, mejor dotadas de la creación, para reproducirse, vivir y morir, sin interferencias extrañas. (Salvo el hombre).

Carnívora, consume con voracidad crustáceos y cefalópodos. Algunos de estos últimos le plantarán cara y lucharán a muerte, que casi siempre encuentran o, en el mejor de los casos, resultarán mutilados.

La morena negra es una especie endémica de las islas Canarias, Madeira y Azores. De longitud superior a un metro, su cuerpo es musculoso y alargado, carece de aletas ventrales y, aunque de lejos, parece de un gris azulado o negra, vista de cerca, se descubre vestida, con un moteado de puntos blancos.

Es muy conocido, el destino que tuvieron muchos cristianos y esclavos, condenados a ser pasto de los leones y otras fieras, bajo el mandato de algunos emperadores romanos, pero, lo es menos, otra de las sentencias a muerte, a las morenas, que sufrieron otros muchos, en la misma época.

El pescador, sentado en tierra, frente a un sol ya moribundo, teje la malla del tambor, pensando en la morena. Sus fuertes dedos van domando las varillas metálicas, confeccionando un cilindro que será mortal. La morena accederá, buscando la carnada, por una de las bocas laterales, que se cerrará, una vez dentro, impidiéndole la salida. Al día siguiente, por la mañana, el pescador se limitará a recoger la pesca. (El tambor, como cualquier otra nasa, está prohibida, en la actualidad). 

La expresión de sus ojos, la boca siempre abierta, sembrada de afilados dientes, impresionan. Mucha gente ignora que, la morena, tiene que tener, casi siempre, la boca abierta y tragar agua, constantemente, para poder respirar. Es falso que su mordedura sea venenosa pero, esos dientes, con restos orgánicos en descomposición, si te muerden, infestarán, gravemente, la herida.

Rafael Hierro, avanza con dificultad por el roquedal, bañado de espuma. Ya ha sembrado, previamente, con restos de carnada, el sitio. Aunque la morena elige la noche para cazar, no desprecia cualquier otro momento, si se lo sugiere su gran olfato. El pescador silba, con silbidos agudos a veces, otros pausados: ¡Jo morenita… Jo… Una morena asoma la cabeza desde una grieta, avanza, retrocede..

El sonido le llega amortiguado por el agua salada, lo reconoce, y se confunde con el fuerte olor de las fulas troceadas. En un último intento, la morena alcanza la carnada que disimula el anzuelo y, al mismo tiempo, el pescador la rodea con un lazo. Un fuerte tirón y un golpe seco en el espinazo, fracturará la columna y acabará con un pez que, pescado de otra forma, vive mucho tiempo fuera del agua, luchando y mordiendo todo lo que tenga a su alcance.

Apenas son las siete de la mañana. El tiempo está tranquilo, la mar en calma y el viento ausente, cuando el pescador retorna, contento y triste a la vez, mientras susurra:

“¡Jo morenita… Jo!
¡Jo morenita pintá!
Que viene el macho, morena
Y se come la carná”.

Antonio Olmedo Manzanares.

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