El barco del desierto (el camello)

¡”Oh Fuerteventura isla africana
sufrida y descarnada cual camello”!

Unamuno, en su libro de Fuerteventura a París, solapa y define en unos versos, su certera visión de la isla y del animal ungulado: “La camella es casi esquelética y Fuerteventura es casi un esqueleto de isla“, dice.

Muchas veces he pensado que hay inmigrantes que llegan a una tierra, a nacer de ella. Y, el camello, aunque no sea oriundo de la isla, ha hecho méritos suficientes, para poder llevar la etiqueta, de individuo destacado, de la fauna majorera. Ya había más de 4.000 ejemplares, al poco tiempo de ser traídos de África, por los conquistadores normandos.

Conocemos como camello, a lo que en realidad es un dromedario (de una joroba). Los árabes le llamaban jamala (barco del desierto) por su capacidad de almacenar agua, en los cuatro compartimentos del estómago (hasta 180 litros bebe de una vez), e irla dosificando, durante muchas jornadas de trabajo, o a través de largos viajes, portando cargas pesadas. A la vez, hace acopio, de grasas suficientes, en la giba, como reserva de alimentos.

En uno de mis anteriores escritos recogía que, a partir del oasis de Amón y en dirección Oeste se suceden los túmulos y lugares habitados en el Sáhara, desde muy antiguo, a diez días de marcha unos de los otros. A razón de 40 kilómetros por día, cada etapa dista 400 kilómetros de la siguiente. Solo este portentoso animal, podría cubrir estas etapas.

El Corán, Sura 6-aleya 144, subraya que, Alá, ha creado para el hombre, cuatro parejas de reses: hembra y macho, de ganado ovino y caprino, y hembra y macho, de ganado bovino y camélido (chamal). Mahoma, pastor de niño y austero hombre del desierto, siempre, aconseja a las tribus lo que más les favorece. El camello es muy valioso: da leche, su carne es sabrosa, la piel es buena para curtirla, proporciona también lana y hasta el estiércol seco sirve como combustible en las frías noches del yermo.

Recuerdo la primera vez que, en mi pueblo natal, me subieron a una mula, tenía solo seis años y el asombro y el vértigo me embargaron. En el año 2004, en Morro Jable, hice de rey Baltasar y cuando me instalé en el promontorio de la giba del camello, más de dos metros de alto, sentí la misma sensación. Con mi mano izquierda me asía fuertemente al pomo de la tosca silla, mientras con la derecha derramaba caramelos, durante horas, sobre la ilusión mágica de unos niños en noche de Reyes. Durante un mes tuve la  mano herida y aún no puedo olvidar… ese bamboleo… ese arrodillarse… ese brusco levantar… y, sin embargo, también rememoro, en mi libro Servilletas de Papel a Hafudi, niño de cuatro años, como dominaba a pedradas, a 15 camellos, en la desolada Hamada de Tindouf.

Ciro el Grande, Rey de Persia, en el año 546 a.de C. ganó una importante batalla, contra los Lidios, enfrentando a sus camellos, contra la caballería lidia, que huyó despavorida. (Los caballos se asustan y aborrecen incluso el olor a camello).

El 21-10-1740, desembarcaba en Tarajalejo, una balandra corsaria, con 50 hombres bien armados. Efectuaron robos en la aldea de Tuineje y saquearon la ermita de San Miguel. El coronel D. Joseph Sánchez Umpiérrez, que dormía a dos leguas del lugar, parlamentó con los corsarios para ganar tiempo, hasta recibir una recua de 40 camellos que colocó, como hiciera Ciro,  2.286 años atrás, en la primera fila del combate. De los 50 corsarios, 30 quedaron muertos y 20 fueron hechos prisioneros.

Pocos días después, el 29, desembarcaron otros 55 corsarios pero, esta vez, ninguno quedó con vida. Desde entonces, todos los años, se celebran en Tuineje, unas fiestas con vistosos desfiles, conmemorando la batalla de Tamasite.

Desnuda la montaña en que el camello
buscando entre las piedras flor de aulaga
marca en el cielo su abatido cuello.

Miguel de Unamuno.

Antonio Olmedo Manzanares.

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